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Humberto Miranda

Ascensores Patrimoniales de Valparaíso: entre la nostalgia, la técnica y el sentido común.

Por: Humberto Miranda

En el marco del Día del Patrimonio, recientemente celebrado en nuestro país, se abren las puertas de edificios históricos, se reviven tradiciones y saberes populares, y se refresca la memoria colectiva en espacios significativos para la ciudadanía. Es una oportunidad para pensar sobre lo que somos y de dónde venimos. Pero también es una oportunidad para la reflexión, especialmente cuando el entusiasmo por conservar corre el riesgo de desbordar la lógica, la técnica y, en algunos casos, la seguridad.

Los ascensores patrimoniales son el principal símbolo urbano de Valparaíso, testigos de un pasado glorioso y parte esencial del sello identitario de la ciudad. Existe amplio consenso sobre la necesidad de recuperarlos, no sólo como un elemento pintoresco, sino también como un medio de transporte fundamental para quienes habitan sus cerros. Sin embargo, en medio de ese esfuerzo, se han cometido errores importantes. El más grave, quizás, ha sido tratarlos como lo que no son.

En la fase de ingeniería de los proyectos de recuperación se han aplicado las normas vigentes para ascensores verticales convencionales, tratándolos en el ámbito del transporte vertical. Pero hablamos de funiculares, sistemas de transporte que obedecen a una lógica y técnica distinta. En rigor, se trata de transporte por cable, que abarca además de los funiculares, teleféricos y andariveles, entre otros.

Esta diferencia no es menor. En Chile, la normativa para transporte vertical se basa en el marco reglamentario de la Unión Europea, que distingue claramente entre ascensores y funiculares. Nuestro país carece de regulación específica para el transporte por cable, lo que representa una gran problemática. La falta de reglamentación impide que estos sistemas sean reconocidos formalmente como transporte público, lo que a su vez limita el acceso a financiamiento estatal para su operación y mantenimiento.

Esta confusión normativa ha tenido consecuencias: entre otras, se han automatizado sistemas electromecánicos históricos que no fueron concebidos para operar de ese modo. Modernizar no siempre es mejorar, especialmente si se hace sin comprender los principios técnicos originales. Un caso lamentable es el ascensor Concepción, intervenido hace algunos años y que a pocos meses de su reinauguración sufrió un grave accidente. Lamentablemente este hecho no encendió las alarmas y aún siguen vigentes los mismos criterios técnicos usados en la toma de decisiones.

No se trata de oponerse al avance tecnológico, sino de entender lo que se tiene entre manos. Estos sistemas fueron concebidos para operar bajo condiciones específicas. Alterar esos principios sin rediseñar integralmente el sistema no es modernizar, es forzar, con posibles consecuencias potencialmente graves.

Uno de los casos más complejos hoy es el del ascensor Artillería. Hay consenso técnico en que la maquinaria, los carros y el plano de rodadura no son recuperables. Surge entonces una pregunta legítima: ¿tiene sentido replicar esta maquinaria en condiciones similares a las originales?

Desde una perspectiva de conservación patrimonial rigurosa, la respuesta parece ser negativa. Reproducir una máquina que ya no tiene vida operativa y cuya réplica no devolverá su valor patrimonial, cae derechamente en el “falso histórico” Se trataría más de una escenografía que de un rescate, y eso, más que conservar, puede trivializar el valor real del bien patrimonial.

El verdadero patrimonio que aún permanece está en otras capas: en el entorno y la experiencia del viaje, en la vista desde el carro en movimiento, en las memorias colectivas que lo habitan... Todo eso conforma un patrimonio intangible que no se recupera con una réplica costosa, sino con soluciones bien pensadas, que respeten el carácter del lugar y garanticen la seguridad de los usuarios.

Nos encontramos en un momento en que la ciudad enfrenta necesidades sociales urgentes. Cabe por tanto preguntarse: ¿tiene sentido gastar miles de millones de pesos en replicar una máquina de gran tamaño —con las dificultades técnicas ya demostradas en otros ascensores intervenidos, Concepción uno de ellos— cuando por una fracción de ese presupuesto se puede ejecutar un proyecto con sistemas modernos, eficientes y seguros? El patrimonio industrial que subsiste puede ser puesto en valor mediante un museo in situ, que rescate las piezas originales, explique su funcionamiento y dé contexto histórico, sin poner en riesgo a los usuarios ni malgastar recursos públicos.

La pregunta no es si debemos conservar. La pregunta es cómo conservar con sentido. El respeto por el patrimonio no se logra congelando el pasado, ni replicándolo a ciegas, sino comprendiéndolo en su lógica, su función y su valor simbólico. Valparaíso merece y necesita sus ascensores de vuelta, que estos funcionen, que sean seguros, y que honren la historia con honestidad técnica y sensibilidad patrimonial.

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