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Karla Bustos Blackwood

Valparaíso de mi amor, patrimonio en papel.

Por: Karla Bustos Blackwood

El 3 de julio de 2003 la UNESCO declaró como patrimonio de la humanidad a Valparaíso, bajo la lógica de criterios como su valor arquitectónico único y espontáneo, su trazado urbano único, sin planificación formal, su riqueza cultural y testimonial, su sistema de transporte tan singular y la conservación del conjunto histórico. Un ejemplo aún vivo del puerto del siglo XIX.

Valparaíso fue uno de los puertos más importantes del siglo pasado, lo que causó que empresarios de distintas partes del mundo llegaran a este rincón del mundo construyendo y creando una arquitectura muy rica en diversidad y colores.

Sin embargo y me parece importante destacar, Valparaíso no es completamente patrimonio de la humanidad, sino que comprende lugares específicos de la ciudad, como la Iglesia La Matriz, Plazuela Santo Domingo, Plaza Echaurren y Calle Serrano, Muelle Prat, Plaza Sotomayor y Justicia, Calle Prat y cerros Alegre y Concepción. La mitad de estos lugares cuando los porteños los escuchamos nombrar sentimos un dolor en el estómago, un dolor nostálgico en el corazón, porque sabemos en carne propia que hay abandono, hay ruina. Barrio Puerto es el lugar más abandonado de Valparaíso, que mas sufre las consecuencias del abandono y contradictoriamente, fue el barrio mas popular de esta ciudad, el barrio comercial potente.

Pero, ¿quién se tiene que hacer cargo de la conservación de estos espacios? La UNESCO entrega financiamiento, pero no es suficiente para mantenimiento. El pasado junio, el Consejo de Monumentos Nacionales aprobó un plan de gestión enfocado en el sitio de patrimonio mundial de Valparaíso, que busca intervenir alrededor de 16 ascensores históricos declarados monumento nacional. La UNESCO reconoció la recuperación del sistema de ascensores como una prioridad estratégica, pero ¿es suficiente? creo que todos tenemos una deuda con este puerto, desde la institucionalidad hasta nosotros quienes lo habitamos.

Nuestra deuda es exigir con más fervor. La deuda institucional es estructural, históricamente negligente. Es la ausencia de planificación, de inversión sostenida, de voluntad política real. Han tratado el patrimonio como si fuera decoración, sin entender que aquí vive gente. Aquí se necesita compromiso real, planificación urbana y financiamiento.

En Valparaíso tenemos una identidad territorial tremenda, porque somos más que una declaración de patrimonio. Pero no es posible sostener esa identidad en solo un orgullo romántico del puerto, debe expresarse en hechos concretos. ¿Cómo pedimos a otros que nos visitan o migran, que cuiden este lugar, si nosotros mismos lo descuidamos?, ¿cómo pedimos amor por Valparaíso si lo dejamos arder, derrumbarse o vaciarse frente a nuestros ojos?

No es fácil mirarnos y reconocer que hemos normalizado la decadencia, que hemos aprendido a vivir con las ruinas como si fueran parte del paisaje.

Hemos abandonado el cuidado de nuestra ciudad. El patrimonio no se defiende con placas o con sellos de la UNESCO, se defiende con ascensores funcionando, con barrios vivos, con espacios públicos seguros, con dignidad. Con lo que se identifica su propia gente. Cuando las edificaciones se pudren desde dentro, los cerros se incendian sin prevención ni respuesta, el patrimonio que nos queda es un mero papel. El patrimonio no es solo lo que se ve y lo que declara una organización internacional sino que es lo que se siente. Lo que nos han contado históricamente nuestros abuelos, la memoria colectiva, la señora que lleva toda la vida vendiendo dulces en calle pedro montt, los relatos que surgen en las micros, las canciones que nos recuerdan los años de gloria de este puerto. Todo eso también sostiene la ciudad, y con ello su patrimonio. Valparaíso se siente en las piernas cuando subes un cerro, en los atajos que conocemos solo los porteños, en el particular grito del caballero que vende “La Estrella”, en cómo la ciudad se viste de verde cada vez que juega Wanderers. Eso es el patrimonio, aunque no tenga placa ni financiamiento, es lo que debemos cuidar y proteger, porque es parte de nuestra identidad.

Es incómodo autocuestionarse sobre cómo cuidamos Valparaíso o si en realidad solo estamos administrando su decadencia y mirando desde lejos.

No se puede responsabilizar únicamente a la ciudadanía, porque indudablemente hay una gigantesca deuda institucional, pero si nosotros como porteños tenemos un amor por nuestra ciudad debemos ser consecuentes con aquello. Cuando luchamos por ella, cuando habitamos con responsabilidad, es mucho más fácil que quien viene de afuera también respete y se enamore de ese amor. El patrimonio tiene que ser más que un papel, debe ser un conjunto de posturas sobre la ciudad. Si algo ha demostrado el porteño, es que está hecho de resistencias, somos resistencia histórica, tenemos un apego visceral con este pedazo de tierra colorido que por muy golpeado que esté se niega a rendirse.

El patrimonio tiene que ser más que una designación: debe ser una postura política ante la ciudad. El riesgo real del patrimonio porteño no es solo el deterioro físico estructural, sino que la pérdida del alma del puerto también constituye un inminente riesgo para el patrimonio, la identidad colectiva que se diluye cuando nadie se hace cargo y nos acostumbramos a mirar ruinas como algo cotidiano.

Con ese amor terco y activo tampoco podemos rendirnos. Aunque estemos con el agua al cuello, es importante tener claridad y coraje para exigir ayuda urgente, que nos escuchen y que nos respeten. Valparaíso no puede seguir siendo una postal en ruinas, un recuerdo que solo vive en nuestra memoria. Merece futuro, no solo memoria y un recuerdo nostálgico de lo que fue.

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