La necesidad de la convivencia.
Por: Rodrigo Díaz Yubero
La degradación de las instituciones y del espacio público, el nivel de violencia cotidiano en aumento, la ausencia de un proyecto de país compartido, el individualismo y otros factores, apuntan todos a una preocupante pérdida de la capacidad de convivir y a la perdida progresiva de un mundo en común.
Y esto no es de ahora. De hecho, unos años antes del estallido de 2019, el fenómeno ya estaba instalado en nuestras calles y plazas, pero no fuimos capaces de abordarlo.
Tratando de dilucidar la razón por la cual la vida social se encuentra orientada más por la mera subjetividad que por reglas compartidas por todos, y por qué el mundo actual cree necesitar una revolución intensa de toda su circunstancia, hay autores como Peter Sloterdjik que ven la respuesta no en la injusticia en la manera en que se reparten los bienes, sino en que todos los individuos y los grupos tienden a combatir lo estabilizado, negándose a aceptar que la vida pudiera estar expuesta a obstáculos, impedimentos o dificultades. De alguna manera se trata de la contrapartida del dominio técnico alcanzado por la modernidad que consintió y socorrió al individuo moderno al punto que se ha tornado cada vez más exigente, más cómodo, más egocéntrico y menos dispuesto a embarcarse en sacrificios que pueden implicar contener el propio deseo.
El desafío por tanto, que no concierne sólo al país en su conjunto, sino a cada ciudad y dentro de ella, a cada familia, colegio y a cada uno de nosotros, consiste en buscar una disposición a estimar y aceptar a los demás para realizar la vida en sociedad, rechazando la tendencia individualista que no reconoce límites a la propia subjetividad, ni más norma que el propio querer.
Y para ello es esencial que nos atrevamos a nadar contra la corriente culturalmente dominante. No debemos permitir el matonaje intelectual que hoy pretende imponer una mirada de las cosas en que no existen los límites ni las contenciones. Hay que abandonar los eslóganes y atrevernos a ensayar otras direcciones, incluyendo una vuelta al principio de autoridad que es lo contrario del autoritarismo. Pero especialmente, se requiere entender que una persona no es ni será más o menos libre porque tenga carta blanca para hacer lo que le plazca, pues la libertad es ante todo un valor que va siempre de dentro hacia fuera y va de la mano con la responsabilidad. De ahí también que sin un cambio en nosotros mismos, la capacidad de convivir será un asunto que puede tornarse aún más complejo en el futuro.