La necesidad de hacer del espacio privado un patrimonio colectivo.
Por: Angel González Díaz
La demanda social del acceso al espacio público es uno de los problemas que enfrentan las ciudades históricas portuarias que se encuentran cursando por un proceso de obsolescencia en su tejido urbano y sociocultural, esto debido a que las funciones portuarias se han aislado de las actividades de la ciudad, agotando la vigencia de su estructura urbanística y socioeconómica.
Valparaíso siempre ha sido puerto, no se puede negar, su vinculación es su génesis, donde la relación de la ciudad con el puerto constituye un ejemplo de crecimiento conjunto y de separación funcional actual. El puerto y sus muelles en sus inicios cumplían con la función primitiva de espacio público, haciendo de intermediario y siendo parte de la infraestructura que relacionaba el mar con la ciudad. La renovación de los barrios de la ciudad portuaria está totalmente ligada a su relación con el agua, ya que su forma urbana responde a los procesos productivos (Texido, 2011). En la actualidad, este atributo que entregaba el borde portuario desapareció, responsabilizando a la tecnologización de la actividad portuaria como la principal causante del progresivo desvinculamiento de la ciudad con el puerto (Meyer, 1999).
Los espacios públicos de las ciudades portuarias del siglo XXI deben ser considerados como los espacios prioritarios (Busquets, 2019). Deben estar dotados de conexión a los medios de transportes tecnologizados, haciendo el esfuerzo de combinar diversas escalas, donde la movilidad debe aparecer como protagonista, dando acceso y conexión a los flujos, equipamientos y servicios. La relación de una intermodalidad eficiente de los medios de transporte con los espacios públicos de la ciudad puede llegar a ser una de las estrategias para la revitalización.
La socialización y el libre acceso son vectores que dan funcionamiento al espacio público, es por eso que se reconoce al espacio público como el espacio colectivo, siendo la parte estimulante del tejido urbano multiforme (Solá-Morales, 1992). Es decir que las funciones del espacio público van más allá de ser una plaza o un área verde, trasciende en las dimensiones, es la temporalidad donde nos encontramos con lo que desconocemos, donde las diferentes culturas se encuentran, donde se recibe y se despide, en donde el vagabundo interactúa con el burgués. El rescate del espacio colectivo tiene que ver con la identidad del habitante con su territorio, en donde Valparaíso puede ser un ejemplo; el mar, los cerros y el plan están fundidos en lo intrínseco del habitante porteño, siendo una cualidad única y enriquecedora al momento de hacer comunidad. El cuidado del espacio público -colectivo- sin duda codificará en los recuerdos de nuestras próximas generaciones, la calidad del espacio definirá a nuestro paisaje urbano y, con esto, hasta en nuestra salud mental.
La distinción entre el espacio público y el espacio privado ha sido un centro teórico del pensamiento urbanístico, se diferencian en que el espacio público se puede proyectar como un sistema general, una cadena secuencial de espacios libres que forman el conjunto unitario, otorgando dinamismo al territorio, haciendo la ciudad más disponible para sus habitantes. La riqueza urbanística y arquitectónica de la ciudad está en ganar superficie al espacio privado, partiendo con la búsqueda de generar espacios que no sean ni públicos ni privados, sino que ambas cosas a la vez. Es privado por su explotación económica pero no en cuanto a su uso y representatividad para la comunidad; significarán ser los lugares de interés común, donde los espacios privados lleguen a percibirse como un patrimonio colectivo, teniendo como objetivo general otorgarle cualidades públicas a lo privado. Ejemplo de esto puede ser la activación del Mercado Puerto y el proyecto del Archivo Regional de Valparaíso.
Para avanzar en la revitalización de la ciudad histórica portuaria, es prioritaria la recuperación de los espacios públicos porteños, la única forma de ir en esa dirección es que el habitante y las comunidades organizadas se empoderen en la toma de decisiones sobre los usos de sus infraestructuras urbanas. La planificación urbana es la que debe responder a las necesidades del desarrollo comunitario de calidad. Es por eso que la fortaleza de las organizaciones comunitarias se materializará de manera paralela y orgánica con el mejoramiento de sus espacios públicos. Cuando se reconoce que hay un espacio vivo, significa que está una comunidad fuerte sosteniéndolo, caracterizándolo como un espacio de experticias para el devenir y no de prejuicios.